Pregón marinero
de Ntra. Sra. del Carmen
José Antonio Rodríguez García
(Cofrade roteño – Subteniente de la Armada)
Parroquia Mayor de Rota
11 de Julio de 2008
,
Con permiso, mi Almiranta,
Señor Párroco, con la venia,
Hermano Mayor y Junta
del Carmelo de la Reina.
Señor Alcalde del Rosario
del que Ella es Alcaldesa,
Presidentes de Hermandades
y cofrades de mi tierra,
hermanos de Los Dolores,
nuestra Flor de penitencia,
hermanos todos en Cristo
que hoy es un niño en la arena
jugando junto a Su Madre
con un barquito de vela.
El que nació en Navidad,
villancico le meció
su Belén con zambombá…
después no sé qué ocurrió…
en primavera llovió
y floreció el azahar,
Pascua de Resurrección
y así otra oportunidad
pa’ enderezar el timón.
Bajo el calor estival
Nuestro Infante sonrió,
-¡Cristo vuelve a ser Jesús!-.
¡No llevadlo hasta la Cruz,
hermanos, por caridad!.
hacedlo al menos por Ella
pa’ que no vuelva llorar
y que la Madre del Carmen
bendiga tu navegar.
Ave María del Amor,
serviola celestial,
con Julio al palo mayor
Rota es tu trono real.
Sale a esperarte la tarde
y hasta la brisa se inquieta
con sol poniente que arde
por verte asomá a la puerta.
Las calles se hacen arena
queriendo volverse playas,
la ensenada es calma plena
y le guiña a las murallas.
Un aire por mi alacena
mil recuerdos desencalla.
Te he lucido en mi taquilla,
el lepanto y la cartera,
navegado muchas millas
y siempre estás a mi vera.
Avemaría en un canto
valiente a tu Majestad
o cuando se busca el manto
que amaine la tempestad.
Es la Tierra de María
y a la Reina se le reza
con la fe de Andalucía
y mil nombres de Pureza.
Con Rosario, Cai y Rota
abren cuentas de un rosario
que en Puerto Real es Lourdes
y en El Puerto su Milagros.
Y al fondo de la corona,
entre velero y trainera,
San Fernando hace Patrona
a la Virgen marinera.
Balandro, yate o mercante,
a mar abierto o bahía,
es faro del navegante
que en su protección confía.
Dueña de almas y de mares,
de la Armada, Norte y Guía,
donde la espuma hace altares
entre amuras y crujía.
Todos somos hijos tuyos:
quien te reza y quien te olvida,
y quien navega sin rumbo
por el mar de nuestra vida.
Al que patrulla en las olas
y al que pesca noche o día
sean tus ojos serviolas
y redes de Avemarías.
Media a tu Hijo divino
por nuestros hermanos muertos
que les naufragó el destino
y no volvieron a puerto.
Sopla al bogar de sus almas
subiendo a Monte Carmelo
y disfruten de tu calma
por esas playas del Cielo.
Y a los de guardia en la tierra
danos esperanza y paz
para que nunca la guerra
hunda tu gloria en penar.
Y hoy mi garganta es campana
y sirena al saludar:
¡Dios te Salve, Capitana
de los hombres de la mar!.
En nombre de la Hermandad Carmelita y en el mío propio agradezco a todos su asistencia a este acto en honor de Su Excelsa Majestad la Estrella de los Mares y Reina de nuestros corazones, superando la pereza de la calor de Julio.
Gracias de una forma especial a mi mujer, que me acompañó por tierra en tantas singladuras, a mis familiares de Rota y de Los Barrios, a las dignísimas Autoridades presentes, así como a los compañeros de uniforme y a los de mi Hermandad, pues hoy todos me alientan aquí con su presencia.
Mi vivo agradecimiento también a la Hermandad del Carmen por esta oportunidad y a ti amigo-presentador por serlo.
¿Qué haces hoy vestío de blanco?,
me dijo al entrar Manuel.
Desde los dieciséis años
esto no es ropa, es mi piel.
No es que me guste o me adorne,
es que es parte de mi ser.
Ya han pasado… tantos años
-mira, Jesús- treinta y tres.
De Primera Comunión
recuerdo que en mi niñez
ya fui “marinero en tierra”
como lo fue Rafael.
Nací junto al Rompidillo,
en la calle Veracruz,
mi madre, María del Carmen,
me dio su sangre del Sur
y Carmen desde el Calvario
se asomó plena de luz.
Fui creciendo por el muelle
y corriendo por las playas…
y un buen día tempranero
de mi puerto solté amarras.
Si bien procedo del Agro, donde me crié y otras circunstancias de él me alejaron, mi vida se encaminó desde los más tiernos pasos a la atracción mágica del mar que se asoma por el Rompidillo al Molino y por La Costilla a todo el pueblo. Pienso, como San Agustín, que “nada eleva tanto el alma hacia Dios como la contemplación del mar”. En esa inquietud del agua de la vida, presiento claramente que no me llena una ciudad si no se encuentra acariciada por las olas o la corriente viva de un río.
Ni aeropuerto, ni tren, ni carretera, no hay mejor forma de entrar en una ciudad que hacerlo por sus puertas al mar. Ahí tienen Cádiz, Málaga, Alicante, Barcelona, Coruña, Ámsterdam, Lisboa, Nápoles… e incluso Sevilla, abiertas al tráfico del comercio, del encuentro y la aventura. Por nuestra Rota, de plazas y calles con nombres, azulejos e Imágenes de distintas advocaciones a María, al entrar entre puntas de nuestro puerto deportivo y pesquero nos saluda gentil una bella Imagen de la Patrona Mayor pescadora, toda de blanco.
A Ella saludo por mi amura de estribor y dedico mi piropo pluralmente mariano:
Te ofrezco abrir mi camino
de calendario naval
levando en Julio a un destino
con rumbo entre salve y sal.
Carmen navega en mis mares
con singladura puntual
visitándola en los altares
con cada flor mensual.
Cuando se aparece Agosto
con su bendita Asunción
cada flor lleva Tu rostro
mecida de devoción.
Rosario santo de Amor
que en mis dedos se desgrana…
Salesianos a La O
con devoción mariana.
Y de Su mano caminan
todo el año hacia Jesús,
cada pueblo, cada esquina,
la bahía, Norte y Sur.
Se riegan todos los meses
con la gracia de María,
rocío fresco de preces
alboreando al Mesías.
Natividad y Dolores,
Septiembre está consagrado.
Mercedes nos hace honores
y abarloa a ese costado.
Octubre, Rota no cabe
en su gozo extraordinario
porque igual que Cádiz sabe
que es la Fiesta de Rosario.
Ella es Madre y Alcaldesa
y tiene de ayuntamiento
corazones que le rezan
sobre los campos y el viento.
En Diciembre, Inmaculada
María en Tu Concepción,
y aquí, luego es venerada
la O de Tu Expectación.
Santa María en Enero
-mejor no puede empezar-
que con Manuel, caballero,
comparte festividad.
La Candelaria en Febrero,
Presentación del Señor.
Tu Tierra, fervor y esmero
ofrece el fruto mejor.
Y en Lourdes se apareció…
Era febrero, quizá.
¡Ah!, y en Octubre, en Aragón
encima de aquel Pilar.
Marzo, Abril… Semana Santa
se abre el Viernes de Dolores
con espada que trasplanta
siete pétalos de amores.
Dolores me quita el sueño
con esos siete puñales
que en mi corazón pequeño
no me caben tantos males.
Y tras la Muerte, la Vida
que trae Su Resurrección,
la Primavera dormida
estalla en mi corazón.
Rocío, Espíritu Santo,
Paloma en Pentecostés,
amor sureño que canto
allá donde estén mis pies.
Auxiliadora, bendito
sea el mes de Mayo a porfía.
Fátima, con sus pastorcitos
el Trece en Cova de Iría.
Porque Te llamas María
Tu Nombre qué bien me suena,
me enredo entre letanías
y se adormilan mis penas.
Porque Te llamas Dolores
llorando al pie de la Cruz
Tu pecho derrama flores
por nuestro suelo andaluz.
Porque Te llamas Rocío,
marismeña a gloria plena,
mi Simpecao pasa el río
con cantes por las arenas.
Porque Te llamas Rosario,
Alcaldesa y Soberana,
mi pueblo es fiel relicario
de devoción mariana.
Porque Te llamas Carmela
eres mi Norte y timón,
se hinchan de Fe mis velas
soplando Tu mediación.
Escapulario bendito,
auxilio de salvación,
estrella del infinito
al monte de promisión.
Tu nombre, Carmen, lo veo
“jardín, poema, canción”,
(viene del griego y el hebreo
no es piropo de mi amor).
Porque al ser tu pregonero
no hay bonanza que me calme;
¡que Rota es capilla y cielo
para su Virgen del Carmen!
La Virgen Carmelita –morada viva de Santa Teresa y silencio contemplativo de San Juan de la Cruz- llega a Rota a principios del siglo XVIII con la participación de una desaparecida Hermandad de las Ánimas Benditas, anclándose en la Ermita mayeta de San Roque, para luego cambiar su base por esta parroquia, en esa Capilla tan entrañable como completa, donde a menudo también visito a Isidro, santo español, modelo de seglar casado y padre, trabajador de la tierra y gran devoto del Santísimo Sacramento y de la Señora. “Échame una mano, Isidro, que he perdido la besana”. Y él parece que me dice: “Reza tú, hermano. Ella te iluminará, que es farera celestial”. En mi ensoñación, el Niño de la Virgen trata de escapar de los brazos de su Madre para irse a jugar entre las redes del muelle. Ese Niño marinero que un día se vino en barco desde Sevilla para quedarse con nosotros.
Hoy, queridos hermanos cofrades, no sólo nos toca cantar a la devoción que representa una hermandad sencilla de nuestro pueblo, con sus apoyos y soledades, con sus altas y bajas, desaparición y resurgimiento, en el vaivén de los tiempos, cuya actual y joven Junta de Gobierno lucha a veces contra olas de dejadez e incomprensión para llevar adelante el estandarte de esta tradición piadosa. (Tradición particular como la de Regla, octogenaria camarera de la Señora, alma de la Hermandad, que sigue una misión devota heredada de su madre y de su abuela, y que legará en su sobrina Rosa, actual Tesorera).
No se trata de una advocación más de la Señora. Debo reconocer, por ejemplo, que mi Hermandad de Los Dolores evoca hundir sus raíces en la devoción de los Siervos de María (Servitas) que se circunscribe a los Dolores de Nuestra Señora bajo diferentes advocaciones íntimas de Pasión; en cambio, la que hoy celebramos se nos presenta como un fenómeno de la religiosidad mariana universal, más allá de los hombres de la mar, pues su propagación por toda Europa en el siglo XIII alcanzó todos los estratos del pueblo cristiano.
Así, además del bellísimo nombre de María, ¿qué otro es más representativo en toda España que Carmen? De Madrid a Santander, Barcelona, Granada, Rota, San Fernando… Carmen en sí mismo es representación de mujer española.
En cuanto a la Orden, las Carmelitas Descalzas son aproximadamente unas 14.000 en 835 conventos en el mundo y los Carmelitas Descalzos 3.800 en 490 conventos dedicados a la oración, contemplación y estudio teologal, así como seguir extendiendo esta devoción.
El Monte Carmelo se encuentra en una pequeña sierra al noroeste de Israel, sobre el mar de Haifa. Desde los tiempos primitivos se consideró un lugar sagrado en el que existía un altar para Yahvé. Allí varios profetas rindieron culto a Dios, entre ellos Elías, que defendió la pureza en la fe del Dios único y verdadero, en el monte donde una pequeña nube elevándose sobre el mar le anunciara la llegada de la lluvia tras una pertinaz sequía, y que luego los Carmelitas interpretaron como símbolo de la Inmaculada y Estrella de la Mañana que anuncia el día, el sol que viene, que es Jesús.
A mediados del siglo XII fueron los primeros Cruzados que, abandonando sus armas, se instalaron allí como eremitas y escogieron como patrona a la Virgen, naciendo así la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, primera Orden consagrada a la Señora y puesta bajo su amparo.
Miren por dónde, mis queridos cofrades, este nombre de Hermanos para una organización, signo de familiaridad e intimidad con la Virgen María, se tomó así por vez primera y, reconocido por la Iglesia sería en adelante fuente de espiritualidad cuando los autores posteriores de la Orden hablen de “patronazgo de la Virgen” y de su cualidad de “Hermana” de los Carmelitas.
Desde su monasterio no quisieron crear una nueva forma de culto mariano, ni tampoco el título de la advocación respondía a una imagen especial. Aquellos devotos fueron la cuna de esa Orden y su devoción a la Virgen permitió que naciera, con el discurrir del tiempo, una nueva advocación en Nuestra Señora del Carmen.
El 16 de julio de 1251, cuando el santo británico Simon Stock, superior general ponía a la Orden (amenazada por los sarracenos) bajo el amparo de la que él llamaba en su oración “Flor del Carmelo” y “Estrella del Mar”, la Virgen se le apareció y le dio el ESCAPULARIO con la promesa de que “debe ser un signo y privilegio para los Carmelitas y quien muera usándolo no sufrirá el fuego eterno, sino que se salvará”.
Escapulario que representa un hábito laico en miniatura, con cordón
al cuello portando dos piezas pequeñas de tela color marrón, una so-
bre el pecho y la otra sobre la espalda representando a la Virgen co-
mo Estrella del Carmelo.
Junto con el rosario y la medalla, es uno de los más importantes sacramentales marianos que tan bien supieron portar muchas de nuestras abuelas y que el propio Juan Pablo II reconoció llevar bajo su ropa como “protección continua de la Virgen María en esta vida y en el tránsito a la plenitud de la gloria eterna”. San Alfonso Liborio y San Juan Bosco también tenían una especial devoción a la Virgen del Carmen y usaban el escapulario.
Y no son sólo apuntes contemplativos de antaño pues el papa Benedicto XVI nos decía hace un par de años sobre esta devoción: “¡Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración!”
Los Carmelitas son pioneros en muchos cultos dedicados a María Santísima. Introdujeron en el siglo XV una serie de invocaciones en forma de alabanzas a la Virgen, tras el rezo del Santo Rosario, que conocemos por las “Letanías”, como fueron también los primeros en venerar a la Inmaculada Concepción, cinco siglos antes de la proclamación oficial del dogma por la Iglesia Católica.
Con qué acierto, los marineros toman a la Estrella de los Mares como Patrona Mayor de sus anhelos, faenas y artes de pesca. Tradición y experiencia heredados de antepasados, como “El Séneca” y de hoy como “Endica”, “Sordeta” y tantos otros, calando pa’ poniente o pa’ levante por Manzanera, Cabezuela o el placer de Chipiona, con el arrastre, palangre, la jábega, la traíña o el volantín para traerse a la lonja las acedías, corvinas, pargos, lenguados, caballas, brecas, gambas, calamares, urtas, rayas, boquerones… Y los corraleros con el choco, o el pulpo, el erizo…
Hay pueblos y ciudades que saben a marineras. Su filosofía de lunas, redes, muelles, brisas y velas no le deja ser de otra manera. Sus niños pescadores nacen con una caña sobre el hombro y van creciendo entre estaciones y mareas colocando el cebo más adecuado para la herrera, la lisa, el chapetón o la mojarra.
Somos abrazo abierto a los campos y al sol de Andalucía, pero no debemos perder nunca esa inquietud costera de ser “balcón al mar” que pregonaba el eslogan, con nuestras playas inigualables, corrales milenarios y un puerto tan digno del que en cualquier momento podemos echar una canita al aire y a la espuma con ese catamarán veloz y plantarnos en la plaza del monumento a la Pepa, cruzando en un suspiro de minutos la azul claridad de la bahía, lejos ya de aquellos veleros de antaño (el “Abanico”, el “Gallo”, el “Paco Gabriel”) que –regateando vientos- tardaban una hora.
Dejad la carretera de asfalto y humo y soñad un poco con esa tradición marinera, sintiendo la brisa en la cara mientras nos trasladamos a Cádiz para decir con Víctor Hugo que “existen los hombres que están vivos, los que están muertos y los que se hacen a la mar”.
Carmela tira pa’l muelle
porque es mujer marinera,
tiene los ojos azules
del mar, el cielo y la espera…
Esperando que sus hijos
regresen de la faena;
se picó la madrugada
con inquietud de veletas,
la brisa se tornó viento,
la mar agitó sus crestas;
mi marido aún no ha venido
y mi padre que no llega…
Vida de los marineros
para quien pueda entenderla,
el hombre siempre en la mar
y tu sueño a duermevela,
que quien le arrulló la cuna
cualquier día se la lleva.
Te pido, Virgen del Carmen,
por tó lo que Tú más quieras,
que el viento sea favorable,
su mar en calma se vea,
que lleves el gobernalle
y brille clara su estrella.
Ciertamente, nunca el trabajo en el puerto es duro como en la mar; pero en algunas circunstancias se vuelve también contra viento y marea cumplir con la obligación, cuando tienes que desenvolverte no en la costa, sino tierra bastante adentro, aunque esa misión sea propia de mi Especialidad de Administración. Un destino tan habitual como poco deseado para los que llevamos la sal en la piel y nuestra casa vecina de las olas, es tener que marchar a esos centros neurálgicos del Gobierno y del Mando en Madrid. Allí me vi un par de años, lejos del pescado y del flujo de las mareas, y por si no fuera bastante, tuve que repetir más tarde la misma experiencia por espacio entonces de seis años. Aproveché esa segunda estancia en tierra adentro, superando la nostalgia con el trabajo y la esperanza del camarón en los corrales, para que -a modo de estero en La Mancha casi alcarreña de Alcalá de Henares- chorré el trasmallo con mi mejor pesca, José Antonio y Rocío del Alba, andaluces de Madrid.
Mi graznido de gaviota ausente entre los trenes y el tráfico, se hizo espuma de anhelo en ocho cuartetas:
Me siento torpe y perdido
por tus calles y glorietas
en corrientes de ruidos
con humo hasta las veletas.
Vuelo –huyendo de peatones-
plazas, parques y avenidas,
que pululan gorriones
con las alas renegridas.
Alzo azul la vista aposta
tras el toque de diana,
pero no alcanza la costa
la inquietud de mi ventana.
No me llega la marea
y el corazón se me encalla
en la pena que fondea
sin la brisa de la playa.
Aleteo entre la gente
con voluntad y rutina,
barlovento sin poniente
por el mar de la oficina
¡Tanto verso congelado
sobre un mantel de agonía!.
¡Cómo añoro aquel pescado
del que gocé en la bahía!.
Expediente que le cierra
inquietud a mi pesar:
¿Qué hace el marino en la tierra
con lo grande que es la mar?.
Soy ola que engañó el viento
a romper en triste lid,
y en la nostalgia lamento
ser gaviota en Madrid.
Y del mismo modo, acariciaba mis sueños con el recuerdo de las salidas de comisión en aquel viejo e inigualable “Dédalo”, cuando tras el muelle Cubiles se iba abriendo a la mar. Cádiz, tan cerca, por babor, y por la otra banda “mi pueblo, candeal como un pañuelo”, que diría nuestro mayor poeta paisano. Tintes albertianos, de un Puerto escondido a la boca del Guadalete, se me enredan en el cabrestante del poema:
Me despide la bahía
cuando salgo a navegar…
¡Qué diminuto es el pueblo
y cuán inmensa la mar!,
¡qué lejos queda la costa!,
¡qué cerca el viento y la sal!,
¡qué pena me da mi amor!,
¡qué ilusión por regresar!,
¡qué azul el agua y el cielo!,
¡qué gris el barco y mi mal!…
¡Qué pequeña veo la tierra!,
¡qué grande mi soledad!
Como el soliloquio del navegante que surca días de agua bajo el cielo, en un inmenso y solitario redondel azul. A lo lejos atisba tierra que desconoce, y medita:
El viento se echa al plato de encalmada,
se asoma tierra lejos, isla o continente,
con montañas coronadas por las brumas.
Habrá allá campos, jardines, habrá gente
con sus prisas o sus sueños, su mirada
de espaldas a la mar, en marejada.
Boga el verso, delfín a sotavento,
en soliloquio de sal y de dulzura,
cortando a tajamar aguas del tiempo
medido por albas y singladuras.
Cabalga el sol a la grupa de una ola
desganada al calor de mediodía.
Estamos solos, mar y yo, nave y cielo,
estela de espuma encaminada,
horizonte redondo azul-celeste
y mi bandera al aire empañolada.
Inspiro en la brisa navegante:
la mar, la mar… y no pensar en nada.
Y para terminar estas singladuras de poemas guardados en una caracola, venga conmigo aquel suspiro de la Academia en San Fernando sobre un trabajo de composición que si el mar, que si la mar . . .mientras deseaba acabar con el curso, los libros y la instrucción del Patio de Armas para salir destinado a trabajar a donde fuese, a ser posible a lomo de las aguas cortadas al tajamar de una fragata:
Dicen “el mar” tierra adentro
con respeto masculino,
mas yo no nací en el centro
y de niño fui marino.
Por eso siempre la llamo
“la mar”, mujer compañera,
en bonanza yo la amo
y la sufro si se altera.
Coqueta de movimientos
mi dama desconocida,
guarda secretos por cientos
y el futuro de la vida.
Cómplice de los imperios
que se adueñaron del mundo,
donde navegó el misterio
con destino a lo profundo.
Mar de gigantes de barro
con cangilones de noria
donde se dormían bizarros
sobre sus sueños de gloria.
Mar de esperanza y de fe.
Venturosa carabela
pilotó Bartolomé
hacia un mundo sin fronteras.
Neptuno con el tridente
cabalgando por la espuma
conquistó otro continente
y en nuestro sol no hubo brumas.
Mares del Sur y del Norte,
de naciones y piratas,
permiten le hagan la corte
la quilla de una fragata.
Mar donde aquel niño rema
en la alacena que aún flota
y el sol le doró un poema
sobre una playa de Rota.
Mar Rojo que, bendecido,
fue a Moisés salvación
para que el pueblo elegido
huyera de la opresión.
Yo quisiera ser madera
mecida al son de tus olas
que me lleven donde quieran
lejos de esta arena sola.
Alma mía, sé tus quejas,
y quisiera ser velero
para sacar de estas rejas
mi corazón marinero.
El práctico de este puerto para sacar a la mar el galeón de la Señora es José Bedoya, su capataz del paso, con veinte fuertes remolcadores de palpitar costalero, que sufrirán altas temperaturas en esa Sala de Máquinas bajo el paso, con la escasez de oxígeno a través del exiguo espacio de los respiraderos, bajo el bochorno estival.
La parroquia que se abre / con sintonía española
al Sol que sale a la tarde / navegando al zar de olas.
Cohetes en el aire y sirenas por el espigón de La Costilla.
Al ancla le suda mar y al palo chorros de viento.
Y enseguida el cortejo se va al muelle recordándome mi niñez que gateaba hacia el mar por la Cruz del Rompidillo y allí me asomaba a la bahía mientras me gobernaba la mirada, también nueva y coetánea, de aquel Corazón de Jesús (que no necesitaba mostrar las potencias plateadas que luce hoy).
Y Carmen, en la Pinta de los hermanos Corbeto, con festiva escolta, pasea cabal por su puerto y ensenada como si la meciera una cuadrilla de delfines costaleros. Luego al ocaso de poniente, volverá a entrar el sol de su presencia por el Arco del Muelle, junto al Faro, para bendecir con su mirada a su pueblo mariano y marinero por calles que gatean a la mar queriendo trocarse en barcas.
Pero ahora mismo, para terminar, y antes del triduo de los próximos días y de la procesión del miércoles 16, nos vamos a trasladar al Sur del Sur por arte de magia y de imaginación para abrazarnos a los pescadores de todo este bellísimo litoral gaditano. La Cofradía de La Línea de la Concepción estará ahora festejando a su Patrona, y la nuestra, con su feria y sus sardinitas al espeto en la playa de La Atunara. Y desde allí, con nuestra costa siempre a estribor, vámonos-que-nos-vamos-pa’cá, levamos ancla, encendemos motores para cruzar el Estrecho saludando siempre a esas Cofradías de hermanos en fiesta por Algeciras, Barbate, Cai, los Puertos… Así que larga todo, máquinas-puente: avante las dos, rumbo dos-cero-cero y… si el de la guitarra se sentara en toldilla y la metiera por tangos canasteros… pero le ha debido tocar guardia en la caña.
No importa, que nos sobra compás de olas…
Con mi pequeño balandro
yo voy surcando la mar.
Por estribor va bogando
rumbo al alma el litoral.
Atrás se queda La Línea,
Algeciras, Gibraltar,
Palmones con su Patrona
por el río hecho altar,
Tarifa, castillo y llave
en mi Estrecho de cristal.
Zahara con sus atunes
se va cantando a pescar.
Borda en las olas Barbate
verónicas de azahar.
Conil ondea su pañuelo,
Sancti Petri, antigüedad.
Dejo en palmas de alegría
Cádiz con su claridad,
la Isla de San Fernando,
Casería y Arsenal.
Reflejada en la bahía
se baña Puerto Real
y El Puerto, toro sureño,
brinda al tercio de ocre y cal.
Rota, con sus gaviotas
quiere echarse a navegar
en sus barquitas mecidas
por el calor estival.
Chipiona desde el faro
alumbra mi solear.
Las piedras de Salmedina
las tengo que gobernar
para aproar a la barra
del río donde atracar
a orillas de Bajo-Guía,
ese puerto popular
donde antes de los brindis
me acercaré a saludar
a su Armadora en la ermita
varada en rubio arenal.
El río me trae un eco
suspirando por pleamar
de la Esperanza trianera
con remos de madrugá;
pero doy la espalda al río,
mi singladura a acabar,
marea paisana me absorbe
y tengo que regresar
a mi puerto de Astaroh
que me espera el capataz
en la iglesia de La O
y el paso está “¡listo ya!”,.
Pregón marinero
de Ntra. Sra. del Carmen
José Antonio Rodríguez García
(Cofrade roteño – Subteniente de la Armada)
Parroquia Mayor de Rota
11 de Julio de 2008
,
Con permiso, mi Almiranta,
Señor Párroco, con la venia,
Hermano Mayor y Junta
del Carmelo de la Reina.
Señor Alcalde del Rosario
del que Ella es Alcaldesa,
Presidentes de Hermandades
y cofrades de mi tierra,
hermanos de Los Dolores,
nuestra Flor de penitencia,
hermanos todos en Cristo
que hoy es un niño en la arena
jugando junto a Su Madre
con un barquito de vela.
El que nació en Navidad,
villancico le meció
su Belén con zambombá…
después no sé qué ocurrió…
en primavera llovió
y floreció el azahar,
Pascua de Resurrección
y así otra oportunidad
pa’ enderezar el timón.
Bajo el calor estival
Nuestro Infante sonrió,
-¡Cristo vuelve a ser Jesús!-.
¡No llevadlo hasta la Cruz,
hermanos, por caridad!.
hacedlo al menos por Ella
pa’ que no vuelva llorar
y que la Madre del Carmen
bendiga tu navegar.
Ave María del Amor,
serviola celestial,
con Julio al palo mayor
Rota es tu trono real.
Sale a esperarte la tarde
y hasta la brisa se inquieta
con sol poniente que arde
por verte asomá a la puerta.
Las calles se hacen arena
queriendo volverse playas,
la ensenada es calma plena
y le guiña a las murallas.
Un aire por mi alacena
mil recuerdos desencalla.
Te he lucido en mi taquilla,
el lepanto y la cartera,
navegado muchas millas
y siempre estás a mi vera.
Avemaría en un canto
valiente a tu Majestad
o cuando se busca el manto
que amaine la tempestad.
Es la Tierra de María
y a la Reina se le reza
con la fe de Andalucía
y mil nombres de Pureza.
Con Rosario, Cai y Rota
abren cuentas de un rosario
que en Puerto Real es Lourdes
y en El Puerto su Milagros.
Y al fondo de la corona,
entre velero y trainera,
San Fernando hace Patrona
a la Virgen marinera.
Balandro, yate o mercante,
a mar abierto o bahía,
es faro del navegante
que en su protección confía.
Dueña de almas y de mares,
de la Armada, Norte y Guía,
donde la espuma hace altares
entre amuras y crujía.
Todos somos hijos tuyos:
quien te reza y quien te olvida,
y quien navega sin rumbo
por el mar de nuestra vida.
Al que patrulla en las olas
y al que pesca noche o día
sean tus ojos serviolas
y redes de Avemarías.
Media a tu Hijo divino
por nuestros hermanos muertos
que les naufragó el destino
y no volvieron a puerto.
Sopla al bogar de sus almas
subiendo a Monte Carmelo
y disfruten de tu calma
por esas playas del Cielo.
Y a los de guardia en la tierra
danos esperanza y paz
para que nunca la guerra
hunda tu gloria en penar.
Y hoy mi garganta es campana
y sirena al saludar:
¡Dios te Salve, Capitana
de los hombres de la mar!.
En nombre de la Hermandad Carmelita y en el mío propio agradezco a todos su asistencia a este acto en honor de Su Excelsa Majestad la Estrella de los Mares y Reina de nuestros corazones, superando la pereza de la calor de Julio.
Gracias de una forma especial a mi mujer, que me acompañó por tierra en tantas singladuras, a mis familiares de Rota y de Los Barrios, a las dignísimas Autoridades presentes, así como a los compañeros de uniforme y a los de mi Hermandad, pues hoy todos me alientan aquí con su presencia.
Mi vivo agradecimiento también a la Hermandad del Carmen por esta oportunidad y a ti amigo-presentador por serlo.
¿Qué haces hoy vestío de blanco?,
me dijo al entrar Manuel.
Desde los dieciséis años
esto no es ropa, es mi piel.
No es que me guste o me adorne,
es que es parte de mi ser.
Ya han pasado… tantos años
-mira, Jesús- treinta y tres.
De Primera Comunión
recuerdo que en mi niñez
ya fui “marinero en tierra”
como lo fue Rafael.
Nací junto al Rompidillo,
en la calle Veracruz,
mi madre, María del Carmen,
me dio su sangre del Sur
y Carmen desde el Calvario
se asomó plena de luz.
Fui creciendo por el muelle
y corriendo por las playas…
y un buen día tempranero
de mi puerto solté amarras.
Si bien procedo del Agro, donde me crié y otras circunstancias de él me alejaron, mi vida se encaminó desde los más tiernos pasos a la atracción mágica del mar que se asoma por el Rompidillo al Molino y por La Costilla a todo el pueblo. Pienso, como San Agustín, que “nada eleva tanto el alma hacia Dios como la contemplación del mar”. En esa inquietud del agua de la vida, presiento claramente que no me llena una ciudad si no se encuentra acariciada por las olas o la corriente viva de un río.
Ni aeropuerto, ni tren, ni carretera, no hay mejor forma de entrar en una ciudad que hacerlo por sus puertas al mar. Ahí tienen Cádiz, Málaga, Alicante, Barcelona, Coruña, Ámsterdam, Lisboa, Nápoles… e incluso Sevilla, abiertas al tráfico del comercio, del encuentro y la aventura. Por nuestra Rota, de plazas y calles con nombres, azulejos e Imágenes de distintas advocaciones a María, al entrar entre puntas de nuestro puerto deportivo y pesquero nos saluda gentil una bella Imagen de la Patrona Mayor pescadora, toda de blanco.
A Ella saludo por mi amura de estribor y dedico mi piropo pluralmente mariano:
Te ofrezco abrir mi camino
de calendario naval
levando en Julio a un destino
con rumbo entre salve y sal.
Carmen navega en mis mares
con singladura puntual
visitándola en los altares
con cada flor mensual.
Cuando se aparece Agosto
con su bendita Asunción
cada flor lleva Tu rostro
mecida de devoción.
Rosario santo de Amor
que en mis dedos se desgrana…
Salesianos a La O
con devoción mariana.
Y de Su mano caminan
todo el año hacia Jesús,
cada pueblo, cada esquina,
la bahía, Norte y Sur.
Se riegan todos los meses
con la gracia de María,
rocío fresco de preces
alboreando al Mesías.
Natividad y Dolores,
Septiembre está consagrado.
Mercedes nos hace honores
y abarloa a ese costado.
Octubre, Rota no cabe
en su gozo extraordinario
porque igual que Cádiz sabe
que es la Fiesta de Rosario.
Ella es Madre y Alcaldesa
y tiene de ayuntamiento
corazones que le rezan
sobre los campos y el viento.
En Diciembre, Inmaculada
María en Tu Concepción,
y aquí, luego es venerada
la O de Tu Expectación.
Santa María en Enero
-mejor no puede empezar-
que con Manuel, caballero,
comparte festividad.
La Candelaria en Febrero,
Presentación del Señor.
Tu Tierra, fervor y esmero
ofrece el fruto mejor.
Y en Lourdes se apareció…
Era febrero, quizá.
¡Ah!, y en Octubre, en Aragón
encima de aquel Pilar.
Marzo, Abril… Semana Santa
se abre el Viernes de Dolores
con espada que trasplanta
siete pétalos de amores.
Dolores me quita el sueño
con esos siete puñales
que en mi corazón pequeño
no me caben tantos males.
Y tras la Muerte, la Vida
que trae Su Resurrección,
la Primavera dormida
estalla en mi corazón.
Rocío, Espíritu Santo,
Paloma en Pentecostés,
amor sureño que canto
allá donde estén mis pies.
Auxiliadora, bendito
sea el mes de Mayo a porfía.
Fátima, con sus pastorcitos
el Trece en Cova de Iría.
Porque Te llamas María
Tu Nombre qué bien me suena,
me enredo entre letanías
y se adormilan mis penas.
Porque Te llamas Dolores
llorando al pie de la Cruz
Tu pecho derrama flores
por nuestro suelo andaluz.
Porque Te llamas Rocío,
marismeña a gloria plena,
mi Simpecao pasa el río
con cantes por las arenas.
Porque Te llamas Rosario,
Alcaldesa y Soberana,
mi pueblo es fiel relicario
de devoción mariana.
Porque Te llamas Carmela
eres mi Norte y timón,
se hinchan de Fe mis velas
soplando Tu mediación.
Escapulario bendito,
auxilio de salvación,
estrella del infinito
al monte de promisión.
Tu nombre, Carmen, lo veo
“jardín, poema, canción”,
(viene del griego y el hebreo
no es piropo de mi amor).
Porque al ser tu pregonero
no hay bonanza que me calme;
¡que Rota es capilla y cielo
para su Virgen del Carmen!
La Virgen Carmelita –morada viva de Santa Teresa y silencio contemplativo de San Juan de la Cruz- llega a Rota a principios del siglo XVIII con la participación de una desaparecida Hermandad de las Ánimas Benditas, anclándose en la Ermita mayeta de San Roque, para luego cambiar su base por esta parroquia, en esa Capilla tan entrañable como completa, donde a menudo también visito a Isidro, santo español, modelo de seglar casado y padre, trabajador de la tierra y gran devoto del Santísimo Sacramento y de la Señora. “Échame una mano, Isidro, que he perdido la besana”. Y él parece que me dice: “Reza tú, hermano. Ella te iluminará, que es farera celestial”. En mi ensoñación, el Niño de la Virgen trata de escapar de los brazos de su Madre para irse a jugar entre las redes del muelle. Ese Niño marinero que un día se vino en barco desde Sevilla para quedarse con nosotros.
Hoy, queridos hermanos cofrades, no sólo nos toca cantar a la devoción que representa una hermandad sencilla de nuestro pueblo, con sus apoyos y soledades, con sus altas y bajas, desaparición y resurgimiento, en el vaivén de los tiempos, cuya actual y joven Junta de Gobierno lucha a veces contra olas de dejadez e incomprensión para llevar adelante el estandarte de esta tradición piadosa. (Tradición particular como la de Regla, octogenaria camarera de la Señora, alma de la Hermandad, que sigue una misión devota heredada de su madre y de su abuela, y que legará en su sobrina Rosa, actual Tesorera).
No se trata de una advocación más de la Señora. Debo reconocer, por ejemplo, que mi Hermandad de Los Dolores evoca hundir sus raíces en la devoción de los Siervos de María (Servitas) que se circunscribe a los Dolores de Nuestra Señora bajo diferentes advocaciones íntimas de Pasión; en cambio, la que hoy celebramos se nos presenta como un fenómeno de la religiosidad mariana universal, más allá de los hombres de la mar, pues su propagación por toda Europa en el siglo XIII alcanzó todos los estratos del pueblo cristiano.
Así, además del bellísimo nombre de María, ¿qué otro es más representativo en toda España que Carmen? De Madrid a Santander, Barcelona, Granada, Rota, San Fernando… Carmen en sí mismo es representación de mujer española.
En cuanto a la Orden, las Carmelitas Descalzas son aproximadamente unas 14.000 en 835 conventos en el mundo y los Carmelitas Descalzos 3.800 en 490 conventos dedicados a la oración, contemplación y estudio teologal, así como seguir extendiendo esta devoción.
El Monte Carmelo se encuentra en una pequeña sierra al noroeste de Israel, sobre el mar de Haifa. Desde los tiempos primitivos se consideró un lugar sagrado en el que existía un altar para Yahvé. Allí varios profetas rindieron culto a Dios, entre ellos Elías, que defendió la pureza en la fe del Dios único y verdadero, en el monte donde una pequeña nube elevándose sobre el mar le anunciara la llegada de la lluvia tras una pertinaz sequía, y que luego los Carmelitas interpretaron como símbolo de la Inmaculada y Estrella de la Mañana que anuncia el día, el sol que viene, que es Jesús.
A mediados del siglo XII fueron los primeros Cruzados que, abandonando sus armas, se instalaron allí como eremitas y escogieron como patrona a la Virgen, naciendo así la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, primera Orden consagrada a la Señora y puesta bajo su amparo.
Miren por dónde, mis queridos cofrades, este nombre de Hermanos para una organización, signo de familiaridad e intimidad con la Virgen María, se tomó así por vez primera y, reconocido por la Iglesia sería en adelante fuente de espiritualidad cuando los autores posteriores de la Orden hablen de “patronazgo de la Virgen” y de su cualidad de “Hermana” de los Carmelitas.
Desde su monasterio no quisieron crear una nueva forma de culto mariano, ni tampoco el título de la advocación respondía a una imagen especial. Aquellos devotos fueron la cuna de esa Orden y su devoción a la Virgen permitió que naciera, con el discurrir del tiempo, una nueva advocación en Nuestra Señora del Carmen.
El 16 de julio de 1251, cuando el santo británico Simon Stock, superior general ponía a la Orden (amenazada por los sarracenos) bajo el amparo de la que él llamaba en su oración “Flor del Carmelo” y “Estrella del Mar”, la Virgen se le apareció y le dio el ESCAPULARIO con la promesa de que “debe ser un signo y privilegio para los Carmelitas y quien muera usándolo no sufrirá el fuego eterno, sino que se salvará”.
Escapulario que representa un hábito laico en miniatura, con cordón
al cuello portando dos piezas pequeñas de tela color marrón, una so-
bre el pecho y la otra sobre la espalda representando a la Virgen co-
mo Estrella del Carmelo.
Junto con el rosario y la medalla, es uno de los más importantes sacramentales marianos que tan bien supieron portar muchas de nuestras abuelas y que el propio Juan Pablo II reconoció llevar bajo su ropa como “protección continua de la Virgen María en esta vida y en el tránsito a la plenitud de la gloria eterna”. San Alfonso Liborio y San Juan Bosco también tenían una especial devoción a la Virgen del Carmen y usaban el escapulario.
Y no son sólo apuntes contemplativos de antaño pues el papa Benedicto XVI nos decía hace un par de años sobre esta devoción: “¡Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración!”
Los Carmelitas son pioneros en muchos cultos dedicados a María Santísima. Introdujeron en el siglo XV una serie de invocaciones en forma de alabanzas a la Virgen, tras el rezo del Santo Rosario, que conocemos por las “Letanías”, como fueron también los primeros en venerar a la Inmaculada Concepción, cinco siglos antes de la proclamación oficial del dogma por la Iglesia Católica.
Con qué acierto, los marineros toman a la Estrella de los Mares como Patrona Mayor de sus anhelos, faenas y artes de pesca. Tradición y experiencia heredados de antepasados, como “El Séneca” y de hoy como “Endica”, “Sordeta” y tantos otros, calando pa’ poniente o pa’ levante por Manzanera, Cabezuela o el placer de Chipiona, con el arrastre, palangre, la jábega, la traíña o el volantín para traerse a la lonja las acedías, corvinas, pargos, lenguados, caballas, brecas, gambas, calamares, urtas, rayas, boquerones… Y los corraleros con el choco, o el pulpo, el erizo…
Hay pueblos y ciudades que saben a marineras. Su filosofía de lunas, redes, muelles, brisas y velas no le deja ser de otra manera. Sus niños pescadores nacen con una caña sobre el hombro y van creciendo entre estaciones y mareas colocando el cebo más adecuado para la herrera, la lisa, el chapetón o la mojarra.
Somos abrazo abierto a los campos y al sol de Andalucía, pero no debemos perder nunca esa inquietud costera de ser “balcón al mar” que pregonaba el eslogan, con nuestras playas inigualables, corrales milenarios y un puerto tan digno del que en cualquier momento podemos echar una canita al aire y a la espuma con ese catamarán veloz y plantarnos en la plaza del monumento a la Pepa, cruzando en un suspiro de minutos la azul claridad de la bahía, lejos ya de aquellos veleros de antaño (el “Abanico”, el “Gallo”, el “Paco Gabriel”) que –regateando vientos- tardaban una hora.
Dejad la carretera de asfalto y humo y soñad un poco con esa tradición marinera, sintiendo la brisa en la cara mientras nos trasladamos a Cádiz para decir con Víctor Hugo que “existen los hombres que están vivos, los que están muertos y los que se hacen a la mar”.
Carmela tira pa’l muelle
porque es mujer marinera,
tiene los ojos azules
del mar, el cielo y la espera…
Esperando que sus hijos
regresen de la faena;
se picó la madrugada
con inquietud de veletas,
la brisa se tornó viento,
la mar agitó sus crestas;
mi marido aún no ha venido
y mi padre que no llega…
Vida de los marineros
para quien pueda entenderla,
el hombre siempre en la mar
y tu sueño a duermevela,
que quien le arrulló la cuna
cualquier día se la lleva.
Te pido, Virgen del Carmen,
por tó lo que Tú más quieras,
que el viento sea favorable,
su mar en calma se vea,
que lleves el gobernalle
y brille clara su estrella.
Ciertamente, nunca el trabajo en el puerto es duro como en la mar; pero en algunas circunstancias se vuelve también contra viento y marea cumplir con la obligación, cuando tienes que desenvolverte no en la costa, sino tierra bastante adentro, aunque esa misión sea propia de mi Especialidad de Administración. Un destino tan habitual como poco deseado para los que llevamos la sal en la piel y nuestra casa vecina de las olas, es tener que marchar a esos centros neurálgicos del Gobierno y del Mando en Madrid. Allí me vi un par de años, lejos del pescado y del flujo de las mareas, y por si no fuera bastante, tuve que repetir más tarde la misma experiencia por espacio entonces de seis años. Aproveché esa segunda estancia en tierra adentro, superando la nostalgia con el trabajo y la esperanza del camarón en los corrales, para que -a modo de estero en La Mancha casi alcarreña de Alcalá de Henares- chorré el trasmallo con mi mejor pesca, José Antonio y Rocío del Alba, andaluces de Madrid.
Mi graznido de gaviota ausente entre los trenes y el tráfico, se hizo espuma de anhelo en ocho cuartetas:
Me siento torpe y perdido
por tus calles y glorietas
en corrientes de ruidos
con humo hasta las veletas.
Vuelo –huyendo de peatones-
plazas, parques y avenidas,
que pululan gorriones
con las alas renegridas.
Alzo azul la vista aposta
tras el toque de diana,
pero no alcanza la costa
la inquietud de mi ventana.
No me llega la marea
y el corazón se me encalla
en la pena que fondea
sin la brisa de la playa.
Aleteo entre la gente
con voluntad y rutina,
barlovento sin poniente
por el mar de la oficina
¡Tanto verso congelado
sobre un mantel de agonía!.
¡Cómo añoro aquel pescado
del que gocé en la bahía!.
Expediente que le cierra
inquietud a mi pesar:
¿Qué hace el marino en la tierra
con lo grande que es la mar?.
Soy ola que engañó el viento
a romper en triste lid,
y en la nostalgia lamento
ser gaviota en Madrid.
Y del mismo modo, acariciaba mis sueños con el recuerdo de las salidas de comisión en aquel viejo e inigualable “Dédalo”, cuando tras el muelle Cubiles se iba abriendo a la mar. Cádiz, tan cerca, por babor, y por la otra banda “mi pueblo, candeal como un pañuelo”, que diría nuestro mayor poeta paisano. Tintes albertianos, de un Puerto escondido a la boca del Guadalete, se me enredan en el cabrestante del poema:
Me despide la bahía
cuando salgo a navegar…
¡Qué diminuto es el pueblo
y cuán inmensa la mar!,
¡qué lejos queda la costa!,
¡qué cerca el viento y la sal!,
¡qué pena me da mi amor!,
¡qué ilusión por regresar!,
¡qué azul el agua y el cielo!,
¡qué gris el barco y mi mal!…
¡Qué pequeña veo la tierra!,
¡qué grande mi soledad!
Como el soliloquio del navegante que surca días de agua bajo el cielo, en un inmenso y solitario redondel azul. A lo lejos atisba tierra que desconoce, y medita:
El viento se echa al plato de encalmada,
se asoma tierra lejos, isla o continente,
con montañas coronadas por las brumas.
Habrá allá campos, jardines, habrá gente
con sus prisas o sus sueños, su mirada
de espaldas a la mar, en marejada.
Boga el verso, delfín a sotavento,
en soliloquio de sal y de dulzura,
cortando a tajamar aguas del tiempo
medido por albas y singladuras.
Cabalga el sol a la grupa de una ola
desganada al calor de mediodía.
Estamos solos, mar y yo, nave y cielo,
estela de espuma encaminada,
horizonte redondo azul-celeste
y mi bandera al aire empañolada.
Inspiro en la brisa navegante:
la mar, la mar… y no pensar en nada.
Y para terminar estas singladuras de poemas guardados en una caracola, venga conmigo aquel suspiro de la Academia en San Fernando sobre un trabajo de composición que si el mar, que si la mar . . .mientras deseaba acabar con el curso, los libros y la instrucción del Patio de Armas para salir destinado a trabajar a donde fuese, a ser posible a lomo de las aguas cortadas al tajamar de una fragata:
Dicen “el mar” tierra adentro
con respeto masculino,
mas yo no nací en el centro
y de niño fui marino.
Por eso siempre la llamo
“la mar”, mujer compañera,
en bonanza yo la amo
y la sufro si se altera.
Coqueta de movimientos
mi dama desconocida,
guarda secretos por cientos
y el futuro de la vida.
Cómplice de los imperios
que se adueñaron del mundo,
donde navegó el misterio
con destino a lo profundo.
Mar de gigantes de barro
con cangilones de noria
donde se dormían bizarros
sobre sus sueños de gloria.
Mar de esperanza y de fe.
Venturosa carabela
pilotó Bartolomé
hacia un mundo sin fronteras.
Neptuno con el tridente
cabalgando por la espuma
conquistó otro continente
y en nuestro sol no hubo brumas.
Mares del Sur y del Norte,
de naciones y piratas,
permiten le hagan la corte
la quilla de una fragata.
Mar donde aquel niño rema
en la alacena que aún flota
y el sol le doró un poema
sobre una playa de Rota.
Mar Rojo que, bendecido,
fue a Moisés salvación
para que el pueblo elegido
huyera de la opresión.
Yo quisiera ser madera
mecida al son de tus olas
que me lleven donde quieran
lejos de esta arena sola.
Alma mía, sé tus quejas,
y quisiera ser velero
para sacar de estas rejas
mi corazón marinero.
El práctico de este puerto para sacar a la mar el galeón de la Señora es José Bedoya, su capataz del paso, con veinte fuertes remolcadores de palpitar costalero, que sufrirán altas temperaturas en esa Sala de Máquinas bajo el paso, con la escasez de oxígeno a través del exiguo espacio de los respiraderos, bajo el bochorno estival.
La parroquia que se abre / con sintonía española
al Sol que sale a la tarde / navegando al zar de olas.
Cohetes en el aire y sirenas por el espigón de La Costilla.
Al ancla le suda mar y al palo chorros de viento.
Y enseguida el cortejo se va al muelle recordándome mi niñez que gateaba hacia el mar por la Cruz del Rompidillo y allí me asomaba a la bahía mientras me gobernaba la mirada, también nueva y coetánea, de aquel Corazón de Jesús (que no necesitaba mostrar las potencias plateadas que luce hoy).
Y Carmen, en la Pinta de los hermanos Corbeto, con festiva escolta, pasea cabal por su puerto y ensenada como si la meciera una cuadrilla de delfines costaleros. Luego al ocaso de poniente, volverá a entrar el sol de su presencia por el Arco del Muelle, junto al Faro, para bendecir con su mirada a su pueblo mariano y marinero por calles que gatean a la mar queriendo trocarse en barcas.
Pero ahora mismo, para terminar, y antes del triduo de los próximos días y de la procesión del miércoles 16, nos vamos a trasladar al Sur del Sur por arte de magia y de imaginación para abrazarnos a los pescadores de todo este bellísimo litoral gaditano. La Cofradía de La Línea de la Concepción estará ahora festejando a su Patrona, y la nuestra, con su feria y sus sardinitas al espeto en la playa de La Atunara. Y desde allí, con nuestra costa siempre a estribor, vámonos-que-nos-vamos-pa’cá, levamos ancla, encendemos motores para cruzar el Estrecho saludando siempre a esas Cofradías de hermanos en fiesta por Algeciras, Barbate, Cai, los Puertos… Así que larga todo, máquinas-puente: avante las dos, rumbo dos-cero-cero y… si el de la guitarra se sentara en toldilla y la metiera por tangos canasteros… pero le ha debido tocar guardia en la caña.
No importa, que nos sobra compás de olas…
Con mi pequeño balandro
yo voy surcando la mar.
Por estribor va bogando
rumbo al alma el litoral.
Atrás se queda La Línea,
Algeciras, Gibraltar,
Palmones con su Patrona
por el río hecho altar,
Tarifa, castillo y llave
en mi Estrecho de cristal.
Zahara con sus atunes
se va cantando a pescar.
Borda en las olas Barbate
verónicas de azahar.
Conil ondea su pañuelo,
Sancti Petri, antigüedad.
Dejo en palmas de alegría
Cádiz con su claridad,
la Isla de San Fernando,
Casería y Arsenal.
Reflejada en la bahía
se baña Puerto Real
y El Puerto, toro sureño,
brinda al tercio de ocre y cal.
Rota, con sus gaviotas
quiere echarse a navegar
en sus barquitas mecidas
por el calor estival.
Chipiona desde el faro
alumbra mi solear.
Las piedras de Salmedina
las tengo que gobernar
para aproar a la barra
del río donde atracar
a orillas de Bajo-Guía,
ese puerto popular
donde antes de los brindis
me acercaré a saludar
a su Armadora en la ermita
varada en rubio arenal.
El río me trae un eco
suspirando por pleamar
de la Esperanza trianera
con remos de madrugá;
pero doy la espalda al río,
mi singladura a acabar,
marea paisana me absorbe
y tengo que regresar
a mi puerto de Astaroh
que me espera el capataz
en la iglesia de La O
y el paso está “¡listo ya!”,
Pregón marinero
de Ntra. Sra. del Carmen
José Antonio Rodríguez García
(Cofrade roteño – Subteniente de la Armada)
Parroquia Mayor de Rota
11 de Julio de 2008
,
Con permiso, mi Almiranta,
Señor Párroco, con la venia,
Hermano Mayor y Junta
del Carmelo de la Reina.
Señor Alcalde del Rosario
del que Ella es Alcaldesa,
Presidentes de Hermandades
y cofrades de mi tierra,
hermanos de Los Dolores,
nuestra Flor de penitencia,
hermanos todos en Cristo
que hoy es un niño en la arena
jugando junto a Su Madre
con un barquito de vela.
El que nació en Navidad,
villancico le meció
su Belén con zambombá…
después no sé qué ocurrió…
en primavera llovió
y floreció el azahar,
Pascua de Resurrección
y así otra oportunidad
pa’ enderezar el timón.
Bajo el calor estival
Nuestro Infante sonrió,
-¡Cristo vuelve a ser Jesús!-.
¡No llevadlo hasta la Cruz,
hermanos, por caridad!.
hacedlo al menos por Ella
pa’ que no vuelva llorar
y que la Madre del Carmen
bendiga tu navegar.
Ave María del Amor,
serviola celestial,
con Julio al palo mayor
Rota es tu trono real.
Sale a esperarte la tarde
y hasta la brisa se inquieta
con sol poniente que arde
por verte asomá a la puerta.
Las calles se hacen arena
queriendo volverse playas,
la ensenada es calma plena
y le guiña a las murallas.
Un aire por mi alacena
mil recuerdos desencalla.
Te he lucido en mi taquilla,
el lepanto y la cartera,
navegado muchas millas
y siempre estás a mi vera.
Avemaría en un canto
valiente a tu Majestad
o cuando se busca el manto
que amaine la tempestad.
Es la Tierra de María
y a la Reina se le reza
con la fe de Andalucía
y mil nombres de Pureza.
Con Rosario, Cai y Rota
abren cuentas de un rosario
que en Puerto Real es Lourdes
y en El Puerto su Milagros.
Y al fondo de la corona,
entre velero y trainera,
San Fernando hace Patrona
a la Virgen marinera.
Balandro, yate o mercante,
a mar abierto o bahía,
es faro del navegante
que en su protección confía.
Dueña de almas y de mares,
de la Armada, Norte y Guía,
donde la espuma hace altares
entre amuras y crujía.
Todos somos hijos tuyos:
quien te reza y quien te olvida,
y quien navega sin rumbo
por el mar de nuestra vida.
Al que patrulla en las olas
y al que pesca noche o día
sean tus ojos serviolas
y redes de Avemarías.
Media a tu Hijo divino
por nuestros hermanos muertos
que les naufragó el destino
y no volvieron a puerto.
Sopla al bogar de sus almas
subiendo a Monte Carmelo
y disfruten de tu calma
por esas playas del Cielo.
Y a los de guardia en la tierra
danos esperanza y paz
para que nunca la guerra
hunda tu gloria en penar.
Y hoy mi garganta es campana
y sirena al saludar:
¡Dios te Salve, Capitana
de los hombres de la mar!.
En nombre de la Hermandad Carmelita y en el mío propio agradezco a todos su asistencia a este acto en honor de Su Excelsa Majestad la Estrella de los Mares y Reina de nuestros corazones, superando la pereza de la calor de Julio.
Gracias de una forma especial a mi mujer, que me acompañó por tierra en tantas singladuras, a mis familiares de Rota y de Los Barrios, a las dignísimas Autoridades presentes, así como a los compañeros de uniforme y a los de mi Hermandad, pues hoy todos me alientan aquí con su presencia.
Mi vivo agradecimiento también a la Hermandad del Carmen por esta oportunidad y a ti amigo-presentador por serlo.
¿Qué haces hoy vestío de blanco?,
me dijo al entrar Manuel.
Desde los dieciséis años
esto no es ropa, es mi piel.
No es que me guste o me adorne,
es que es parte de mi ser.
Ya han pasado… tantos años
-mira, Jesús- treinta y tres.
De Primera Comunión
recuerdo que en mi niñez
ya fui “marinero en tierra”
como lo fue Rafael.
Nací junto al Rompidillo,
en la calle Veracruz,
mi madre, María del Carmen,
me dio su sangre del Sur
y Carmen desde el Calvario
se asomó plena de luz.
Fui creciendo por el muelle
y corriendo por las playas…
y un buen día tempranero
de mi puerto solté amarras.
Si bien procedo del Agro, donde me crié y otras circunstancias de él me alejaron, mi vida se encaminó desde los más tiernos pasos a la atracción mágica del mar que se asoma por el Rompidillo al Molino y por La Costilla a todo el pueblo. Pienso, como San Agustín, que “nada eleva tanto el alma hacia Dios como la contemplación del mar”. En esa inquietud del agua de la vida, presiento claramente que no me llena una ciudad si no se encuentra acariciada por las olas o la corriente viva de un río.
Ni aeropuerto, ni tren, ni carretera, no hay mejor forma de entrar en una ciudad que hacerlo por sus puertas al mar. Ahí tienen Cádiz, Málaga, Alicante, Barcelona, Coruña, Ámsterdam, Lisboa, Nápoles… e incluso Sevilla, abiertas al tráfico del comercio, del encuentro y la aventura. Por nuestra Rota, de plazas y calles con nombres, azulejos e Imágenes de distintas advocaciones a María, al entrar entre puntas de nuestro puerto deportivo y pesquero nos saluda gentil una bella Imagen de la Patrona Mayor pescadora, toda de blanco.
A Ella saludo por mi amura de estribor y dedico mi piropo pluralmente mariano:
Te ofrezco abrir mi camino
de calendario naval
levando en Julio a un destino
con rumbo entre salve y sal.
Carmen navega en mis mares
con singladura puntual
visitándola en los altares
con cada flor mensual.
Cuando se aparece Agosto
con su bendita Asunción
cada flor lleva Tu rostro
mecida de devoción.
Rosario santo de Amor
que en mis dedos se desgrana…
Salesianos a La O
con devoción mariana.
Y de Su mano caminan
todo el año hacia Jesús,
cada pueblo, cada esquina,
la bahía, Norte y Sur.
Se riegan todos los meses
con la gracia de María,
rocío fresco de preces
alboreando al Mesías.
Natividad y Dolores,
Septiembre está consagrado.
Mercedes nos hace honores
y abarloa a ese costado.
Octubre, Rota no cabe
en su gozo extraordinario
porque igual que Cádiz sabe
que es la Fiesta de Rosario.
Ella es Madre y Alcaldesa
y tiene de ayuntamiento
corazones que le rezan
sobre los campos y el viento.
En Diciembre, Inmaculada
María en Tu Concepción,
y aquí, luego es venerada
la O de Tu Expectación.
Santa María en Enero
-mejor no puede empezar-
que con Manuel, caballero,
comparte festividad.
La Candelaria en Febrero,
Presentación del Señor.
Tu Tierra, fervor y esmero
ofrece el fruto mejor.
Y en Lourdes se apareció…
Era febrero, quizá.
¡Ah!, y en Octubre, en Aragón
encima de aquel Pilar.
Marzo, Abril… Semana Santa
se abre el Viernes de Dolores
con espada que trasplanta
siete pétalos de amores.
Dolores me quita el sueño
con esos siete puñales
que en mi corazón pequeño
no me caben tantos males.
Y tras la Muerte, la Vida
que trae Su Resurrección,
la Primavera dormida
estalla en mi corazón.
Rocío, Espíritu Santo,
Paloma en Pentecostés,
amor sureño que canto
allá donde estén mis pies.
Auxiliadora, bendito
sea el mes de Mayo a porfía.
Fátima, con sus pastorcitos
el Trece en Cova de Iría.
Porque Te llamas María
Tu Nombre qué bien me suena,
me enredo entre letanías
y se adormilan mis penas.
Porque Te llamas Dolores
llorando al pie de la Cruz
Tu pecho derrama flores
por nuestro suelo andaluz.
Porque Te llamas Rocío,
marismeña a gloria plena,
mi Simpecao pasa el río
con cantes por las arenas.
Porque Te llamas Rosario,
Alcaldesa y Soberana,
mi pueblo es fiel relicario
de devoción mariana.
Porque Te llamas Carmela
eres mi Norte y timón,
se hinchan de Fe mis velas
soplando Tu mediación.
Escapulario bendito,
auxilio de salvación,
estrella del infinito
al monte de promisión.
Tu nombre, Carmen, lo veo
“jardín, poema, canción”,
(viene del griego y el hebreo
no es piropo de mi amor).
Porque al ser tu pregonero
no hay bonanza que me calme;
¡que Rota es capilla y cielo
para su Virgen del Carmen!
La Virgen Carmelita –morada viva de Santa Teresa y silencio contemplativo de San Juan de la Cruz- llega a Rota a principios del siglo XVIII con la participación de una desaparecida Hermandad de las Ánimas Benditas, anclándose en la Ermita mayeta de San Roque, para luego cambiar su base por esta parroquia, en esa Capilla tan entrañable como completa, donde a menudo también visito a Isidro, santo español, modelo de seglar casado y padre, trabajador de la tierra y gran devoto del Santísimo Sacramento y de la Señora. “Échame una mano, Isidro, que he perdido la besana”. Y él parece que me dice: “Reza tú, hermano. Ella te iluminará, que es farera celestial”. En mi ensoñación, el Niño de la Virgen trata de escapar de los brazos de su Madre para irse a jugar entre las redes del muelle. Ese Niño marinero que un día se vino en barco desde Sevilla para quedarse con nosotros.
Hoy, queridos hermanos cofrades, no sólo nos toca cantar a la devoción que representa una hermandad sencilla de nuestro pueblo, con sus apoyos y soledades, con sus altas y bajas, desaparición y resurgimiento, en el vaivén de los tiempos, cuya actual y joven Junta de Gobierno lucha a veces contra olas de dejadez e incomprensión para llevar adelante el estandarte de esta tradición piadosa. (Tradición particular como la de Regla, octogenaria camarera de la Señora, alma de la Hermandad, que sigue una misión devota heredada de su madre y de su abuela, y que legará en su sobrina Rosa, actual Tesorera).
No se trata de una advocación más de la Señora. Debo reconocer, por ejemplo, que mi Hermandad de Los Dolores evoca hundir sus raíces en la devoción de los Siervos de María (Servitas) que se circunscribe a los Dolores de Nuestra Señora bajo diferentes advocaciones íntimas de Pasión; en cambio, la que hoy celebramos se nos presenta como un fenómeno de la religiosidad mariana universal, más allá de los hombres de la mar, pues su propagación por toda Europa en el siglo XIII alcanzó todos los estratos del pueblo cristiano.
Así, además del bellísimo nombre de María, ¿qué otro es más representativo en toda España que Carmen? De Madrid a Santander, Barcelona, Granada, Rota, San Fernando… Carmen en sí mismo es representación de mujer española.
En cuanto a la Orden, las Carmelitas Descalzas son aproximadamente unas 14.000 en 835 conventos en el mundo y los Carmelitas Descalzos 3.800 en 490 conventos dedicados a la oración, contemplación y estudio teologal, así como seguir extendiendo esta devoción.
El Monte Carmelo se encuentra en una pequeña sierra al noroeste de Israel, sobre el mar de Haifa. Desde los tiempos primitivos se consideró un lugar sagrado en el que existía un altar para Yahvé. Allí varios profetas rindieron culto a Dios, entre ellos Elías, que defendió la pureza en la fe del Dios único y verdadero, en el monte donde una pequeña nube elevándose sobre el mar le anunciara la llegada de la lluvia tras una pertinaz sequía, y que luego los Carmelitas interpretaron como símbolo de la Inmaculada y Estrella de la Mañana que anuncia el día, el sol que viene, que es Jesús.
A mediados del siglo XII fueron los primeros Cruzados que, abandonando sus armas, se instalaron allí como eremitas y escogieron como patrona a la Virgen, naciendo así la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, primera Orden consagrada a la Señora y puesta bajo su amparo.
Miren por dónde, mis queridos cofrades, este nombre de Hermanos para una organización, signo de familiaridad e intimidad con la Virgen María, se tomó así por vez primera y, reconocido por la Iglesia sería en adelante fuente de espiritualidad cuando los autores posteriores de la Orden hablen de “patronazgo de la Virgen” y de su cualidad de “Hermana” de los Carmelitas.
Desde su monasterio no quisieron crear una nueva forma de culto mariano, ni tampoco el título de la advocación respondía a una imagen especial. Aquellos devotos fueron la cuna de esa Orden y su devoción a la Virgen permitió que naciera, con el discurrir del tiempo, una nueva advocación en Nuestra Señora del Carmen.
El 16 de julio de 1251, cuando el santo británico Simon Stock, superior general ponía a la Orden (amenazada por los sarracenos) bajo el amparo de la que él llamaba en su oración “Flor del Carmelo” y “Estrella del Mar”, la Virgen se le apareció y le dio el ESCAPULARIO con la promesa de que “debe ser un signo y privilegio para los Carmelitas y quien muera usándolo no sufrirá el fuego eterno, sino que se salvará”.
Escapulario que representa un hábito laico en miniatura, con cordón
al cuello portando dos piezas pequeñas de tela color marrón, una so-
bre el pecho y la otra sobre la espalda representando a la Virgen co-
mo Estrella del Carmelo.
Junto con el rosario y la medalla, es uno de los más importantes sacramentales marianos que tan bien supieron portar muchas de nuestras abuelas y que el propio Juan Pablo II reconoció llevar bajo su ropa como “protección continua de la Virgen María en esta vida y en el tránsito a la plenitud de la gloria eterna”. San Alfonso Liborio y San Juan Bosco también tenían una especial devoción a la Virgen del Carmen y usaban el escapulario.
Y no son sólo apuntes contemplativos de antaño pues el papa Benedicto XVI nos decía hace un par de años sobre esta devoción: “¡Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración!”
Los Carmelitas son pioneros en muchos cultos dedicados a María Santísima. Introdujeron en el siglo XV una serie de invocaciones en forma de alabanzas a la Virgen, tras el rezo del Santo Rosario, que conocemos por las “Letanías”, como fueron también los primeros en venerar a la Inmaculada Concepción, cinco siglos antes de la proclamación oficial del dogma por la Iglesia Católica.
Con qué acierto, los marineros toman a la Estrella de los Mares como Patrona Mayor de sus anhelos, faenas y artes de pesca. Tradición y experiencia heredados de antepasados, como “El Séneca” y de hoy como “Endica”, “Sordeta” y tantos otros, calando pa’ poniente o pa’ levante por Manzanera, Cabezuela o el placer de Chipiona, con el arrastre, palangre, la jábega, la traíña o el volantín para traerse a la lonja las acedías, corvinas, pargos, lenguados, caballas, brecas, gambas, calamares, urtas, rayas, boquerones… Y los corraleros con el choco, o el pulpo, el erizo…
Hay pueblos y ciudades que saben a marineras. Su filosofía de lunas, redes, muelles, brisas y velas no le deja ser de otra manera. Sus niños pescadores nacen con una caña sobre el hombro y van creciendo entre estaciones y mareas colocando el cebo más adecuado para la herrera, la lisa, el chapetón o la mojarra.
Somos abrazo abierto a los campos y al sol de Andalucía, pero no debemos perder nunca esa inquietud costera de ser “balcón al mar” que pregonaba el eslogan, con nuestras playas inigualables, corrales milenarios y un puerto tan digno del que en cualquier momento podemos echar una canita al aire y a la espuma con ese catamarán veloz y plantarnos en la plaza del monumento a la Pepa, cruzando en un suspiro de minutos la azul claridad de la bahía, lejos ya de aquellos veleros de antaño (el “Abanico”, el “Gallo”, el “Paco Gabriel”) que –regateando vientos- tardaban una hora.
Dejad la carretera de asfalto y humo y soñad un poco con esa tradición marinera, sintiendo la brisa en la cara mientras nos trasladamos a Cádiz para decir con Víctor Hugo que “existen los hombres que están vivos, los que están muertos y los que se hacen a la mar”.
Carmela tira pa’l muelle
porque es mujer marinera,
tiene los ojos azules
del mar, el cielo y la espera…
Esperando que sus hijos
regresen de la faena;
se picó la madrugada
con inquietud de veletas,
la brisa se tornó viento,
la mar agitó sus crestas;
mi marido aún no ha venido
y mi padre que no llega…
Vida de los marineros
para quien pueda entenderla,
el hombre siempre en la mar
y tu sueño a duermevela,
que quien le arrulló la cuna
cualquier día se la lleva.
Te pido, Virgen del Carmen,
por tó lo que Tú más quieras,
que el viento sea favorable,
su mar en calma se vea,
que lleves el gobernalle
y brille clara su estrella.
Ciertamente, nunca el trabajo en el puerto es duro como en la mar; pero en algunas circunstancias se vuelve también contra viento y marea cumplir con la obligación, cuando tienes que desenvolverte no en la costa, sino tierra bastante adentro, aunque esa misión sea propia de mi Especialidad de Administración. Un destino tan habitual como poco deseado para los que llevamos la sal en la piel y nuestra casa vecina de las olas, es tener que marchar a esos centros neurálgicos del Gobierno y del Mando en Madrid. Allí me vi un par de años, lejos del pescado y del flujo de las mareas, y por si no fuera bastante, tuve que repetir más tarde la misma experiencia por espacio entonces de seis años. Aproveché esa segunda estancia en tierra adentro, superando la nostalgia con el trabajo y la esperanza del camarón en los corrales, para que -a modo de estero en La Mancha casi alcarreña de Alcalá de Henares- chorré el trasmallo con mi mejor pesca, José Antonio y Rocío del Alba, andaluces de Madrid.
Mi graznido de gaviota ausente entre los trenes y el tráfico, se hizo espuma de anhelo en ocho cuartetas:
Me siento torpe y perdido
por tus calles y glorietas
en corrientes de ruidos
con humo hasta las veletas.
Vuelo –huyendo de peatones-
plazas, parques y avenidas,
que pululan gorriones
con las alas renegridas.
Alzo azul la vista aposta
tras el toque de diana,
pero no alcanza la costa
la inquietud de mi ventana.
No me llega la marea
y el corazón se me encalla
en la pena que fondea
sin la brisa de la playa.
Aleteo entre la gente
con voluntad y rutina,
barlovento sin poniente
por el mar de la oficina
¡Tanto verso congelado
sobre un mantel de agonía!.
¡Cómo añoro aquel pescado
del que gocé en la bahía!.
Expediente que le cierra
inquietud a mi pesar:
¿Qué hace el marino en la tierra
con lo grande que es la mar?.
Soy ola que engañó el viento
a romper en triste lid,
y en la nostalgia lamento
ser gaviota en Madrid.
Y del mismo modo, acariciaba mis sueños con el recuerdo de las salidas de comisión en aquel viejo e inigualable “Dédalo”, cuando tras el muelle Cubiles se iba abriendo a la mar. Cádiz, tan cerca, por babor, y por la otra banda “mi pueblo, candeal como un pañuelo”, que diría nuestro mayor poeta paisano. Tintes albertianos, de un Puerto escondido a la boca del Guadalete, se me enredan en el cabrestante del poema:
Me despide la bahía
cuando salgo a navegar…
¡Qué diminuto es el pueblo
y cuán inmensa la mar!,
¡qué lejos queda la costa!,
¡qué cerca el viento y la sal!,
¡qué pena me da mi amor!,
¡qué ilusión por regresar!,
¡qué azul el agua y el cielo!,
¡qué gris el barco y mi mal!…
¡Qué pequeña veo la tierra!,
¡qué grande mi soledad!
Como el soliloquio del navegante que surca días de agua bajo el cielo, en un inmenso y solitario redondel azul. A lo lejos atisba tierra que desconoce, y medita:
El viento se echa al plato de encalmada,
se asoma tierra lejos, isla o continente,
con montañas coronadas por las brumas.
Habrá allá campos, jardines, habrá gente
con sus prisas o sus sueños, su mirada
de espaldas a la mar, en marejada.
Boga el verso, delfín a sotavento,
en soliloquio de sal y de dulzura,
cortando a tajamar aguas del tiempo
medido por albas y singladuras.
Cabalga el sol a la grupa de una ola
desganada al calor de mediodía.
Estamos solos, mar y yo, nave y cielo,
estela de espuma encaminada,
horizonte redondo azul-celeste
y mi bandera al aire empañolada.
Inspiro en la brisa navegante:
la mar, la mar… y no pensar en nada.
Y para terminar estas singladuras de poemas guardados en una caracola, venga conmigo aquel suspiro de la Academia en San Fernando sobre un trabajo de composición que si el mar, que si la mar . . .mientras deseaba acabar con el curso, los libros y la instrucción del Patio de Armas para salir destinado a trabajar a donde fuese, a ser posible a lomo de las aguas cortadas al tajamar de una fragata:
Dicen “el mar” tierra adentro
con respeto masculino,
mas yo no nací en el centro
y de niño fui marino.
Por eso siempre la llamo
“la mar”, mujer compañera,
en bonanza yo la amo
y la sufro si se altera.
Coqueta de movimientos
mi dama desconocida,
guarda secretos por cientos
y el futuro de la vida.
Cómplice de los imperios
que se adueñaron del mundo,
donde navegó el misterio
con destino a lo profundo.
Mar de gigantes de barro
con cangilones de noria
donde se dormían bizarros
sobre sus sueños de gloria.
Mar de esperanza y de fe.
Venturosa carabela
pilotó Bartolomé
hacia un mundo sin fronteras.
Neptuno con el tridente
cabalgando por la espuma
conquistó otro continente
y en nuestro sol no hubo brumas.
Mares del Sur y del Norte,
de naciones y piratas,
permiten le hagan la corte
la quilla de una fragata.
Mar donde aquel niño rema
en la alacena que aún flota
y el sol le doró un poema
sobre una playa de Rota.
Mar Rojo que, bendecido,
fue a Moisés salvación
para que el pueblo elegido
huyera de la opresión.
Yo quisiera ser madera
mecida al son de tus olas
que me lleven donde quieran
lejos de esta arena sola.
Alma mía, sé tus quejas,
y quisiera ser velero
para sacar de estas rejas
mi corazón marinero.
El práctico de este puerto para sacar a la mar el galeón de la Señora es José Bedoya, su capataz del paso, con veinte fuertes remolcadores de palpitar costalero, que sufrirán altas temperaturas en esa Sala de Máquinas bajo el paso, con la escasez de oxígeno a través del exiguo espacio de los respiraderos, bajo el bochorno estival.
La parroquia que se abre / con sintonía española
al Sol que sale a la tarde / navegando al zar de olas.
Cohetes en el aire y sirenas por el espigón de La Costilla.
Al ancla le suda mar y al palo chorros de viento.
Y enseguida el cortejo se va al muelle recordándome mi niñez que gateaba hacia el mar por la Cruz del Rompidillo y allí me asomaba a la bahía mientras me gobernaba la mirada, también nueva y coetánea, de aquel Corazón de Jesús (que no necesitaba mostrar las potencias plateadas que luce hoy).
Y Carmen, en la Pinta de los hermanos Corbeto, con festiva escolta, pasea cabal por su puerto y ensenada como si la meciera una cuadrilla de delfines costaleros. Luego al ocaso de poniente, volverá a entrar el sol de su presencia por el Arco del Muelle, junto al Faro, para bendecir con su mirada a su pueblo mariano y marinero por calles que gatean a la mar queriendo trocarse en barcas.
Pero ahora mismo, para terminar, y antes del triduo de los próximos días y de la procesión del miércoles 16, nos vamos a trasladar al Sur del Sur por arte de magia y de imaginación para abrazarnos a los pescadores de todo este bellísimo litoral gaditano. La Cofradía de La Línea de la Concepción estará ahora festejando a su Patrona, y la nuestra, con su feria y sus sardinitas al espeto en la playa de La Atunara. Y desde allí, con nuestra costa siempre a estribor, vámonos-que-nos-vamos-pa’cá, levamos ancla, encendemos motores para cruzar el Estrecho saludando siempre a esas Cofradías de hermanos en fiesta por Algeciras, Barbate, Cai, los Puertos… Así que larga todo, máquinas-puente: avante las dos, rumbo dos-cero-cero y… si el de la guitarra se sentara en toldilla y la metiera por tangos canasteros… pero le ha debido tocar guardia en la caña.
No importa, que nos sobra compás de olas…
Con mi pequeño balandro
yo voy surcando la mar.
Por estribor va bogando
rumbo al alma el litoral.
Atrás se queda La Línea,
Algeciras, Gibraltar,
Palmones con su Patrona
por el río hecho altar,
Tarifa, castillo y llave
en mi Estrecho de cristal.
Zahara con sus atunes
se va cantando a pescar.
Borda en las olas Barbate
verónicas de azahar.
Conil ondea su pañuelo,
Sancti Petri, antigüedad.
Dejo en palmas de alegría
Cádiz con su claridad,
la Isla de San Fernando,
Casería y Arsenal.
Reflejada en la bahía
se baña Puerto Real
y El Puerto, toro sureño,
brinda al tercio de ocre y cal.
Rota, con sus gaviotas
quiere echarse a navegar
en sus barquitas mecidas
por el calor estival.
Chipiona desde el faro
alumbra mi solear.
Las piedras de Salmedina
las tengo que gobernar
para aproar a la barra
del río donde atracar
a orillas de Bajo-Guía,
ese puerto popular
donde antes de los brindis
me acercaré a saludar
a su Armadora en la ermita
varada en rubio arenal.
El río me trae un eco
suspirando por pleamar
de la Esperanza trianera
con remos de madrugá;
pero doy la espalda al río,
mi singladura a acabar,
marea paisana me absorbe
y tengo que regresar
a mi puerto de Astaroh
que me espera el capataz
en la iglesia de La O
y el paso está “¡listo ya!”,
“con Nuestra Virgen del Carmen,
¡al cielo!, ¡tos por iguá!”
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